Vida efímera

En esta ciudad me paso el día hablando con extraños. Personas que veo una sola vez, quizás dos, pero sería sorprendente, que nos encontráramos en una tercera ocasión por casualidad, por coincidencia en nuestros caminos. Aun teniendo una rutina: subir al metro a la misma hora todas la mañanas o todas las tardes, y volver a la misma hora todos los días.

Nunca suelo encontrarme con las mismas personas. Por tanto, siempre se suma un nuevo rostro, una nueva voz, una nueva opinión, un eterno devenir. Pudiera parecer motivador, pero realmente no lo es.

Cansa, agota el coincidir con distintas personalidades, porque tú siempre eres el mismo, y siempre tienes que volver a empezar, presentarte si es necesario, hacer un resumen de tus últimos tiempos o de tus últimos días, en algunos casos, hasta haz de resumir tu vida por completo. Fatiga esta escalera mecánica, esa habitación, ese despacho o esa mesa donde te tienes que exponer por enésima vez, sabiendo que lo tendrás que hacer una vez más, y pensando que no tiene funcionalidad ninguna, que pudieras quedarte callado y que no pasaría nada, porque a esa persona no la volverás a ver.

Los demás también son conscientes de ello y algunos se vanaglorian de tal asunto, pues se está haciendo célebre la frase: “qué más me da, si ya no le voy a volver a ver”. Se acomodan y se escudan con tal enunciado, ya no tendrán que destriparse ni quitarse la máscara, no te volverán a ver. Esta idea, la de aquellos que se vanaglorian, me parece triste, desalentadora, porque no hace más que corroborar que la vida no se va a detener, que seguirá rotando infinitamente, y que no soy y no somos más que una pequeña estela, que se desvanece en la siguiente esquina de la rotación, que pasará el escalón mecánico y el tren, se cerrará una puerta y se apagarán las luces, y nosotros y los otros ya no estaremos. Se encontrarán otros y nosotros nos encontraremos con otras personas, y nunca nos conoceremos del todo, y nos olvidaremos los unos de los otros.

Así es como está sucediéndose la vida efímera. La vida moderna ya no posee las expectativas que pudieron tener otros tiempos. Se convierte en un círculo vicioso, pues de tanto cansancio, de tanta fatiga que nos causa ese ser extraño que siempre nos encontramos, ya no tenemos fuerzas para el vecino, ni para el dependiente de la tienda del barrio, ni para el amigo al que tenemos pendiente de llamar. No tenemos otras ganas que no sean las de estar solo, las de callar las voces y las opiniones de aquellos que nos importan un pimiento.

Nos convertimos sin querer en un ser antisocial, no obstante, en esos momentos placenteros de soledad, sentimos de nuevo la necesidad de conocer, anhelamos conocer a alguien de verdad, y por tanto, abrimos nuestras redes sociales e intentamos interactuar, pero es inútil, aquella persona que está al otro lado, detrás de esa foto sugerente, también está inmiscuida en su momento de soledad  y no va a querer dejarse conocer, pondrá una barrera, un escudo, y probablemente te descartará, porque también pensará: “qué más da, si no lo voy a volver a ver”.

La vida efímera se repite todos los días, y no, no es fácil ni será fácil cambiar este devenir. Desde que las redes sociales entraron en nuestras vidas para quedarse, ya nunca, digo nunca, volveremos a relacionarnos como lo hacíamos hace veinte años. No crean ustedes, que serán capaces de vencer a los dueños de  Facebook y Twitter. Son los dictadores más poderosos que hayan existido jamás, tienen toda la fortuna para manejar nuestras vidas a su antojo. Aunque siempre queda la utopía, que no es otra cosa que utopía, pero que sin embargo, como bien dijo un escritor: “la utopía sirve para caminar”.

Yeroboam Perdomo Medina

Yeroboam Perdomo Medina

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