Casa ajena de Remi Weekes, 2020: cine de terror para xenófobos

Estrenada en el 2020 y sin hacer demasiado ruido, Casa ajena es toda una sorpresa. Un film de terror que se añade a la lista de nuevas películas en las que los protagonistas son de raza negra.
Casa ajena

Cintas que pretenden dar un giro a la cultura del terror, con una nueva visión y que no tienen nada que envidiar a otras cintas del género actuales o recientes. Lástima que las productoras y los estudios, hayan tardado tantas décadas en asignar papeles principales a estos actores, que tenían que conformarse con los papeles secundarios y de reparto.

El argumento no se aleja demasiado de lo que ya hemos visto anteriormente. Nuevos inquilinos en un nueva morada, que empiezan a presenciar fenómenos extraños, sin embargo, son estos acontecimientos los que nos sorprenden y los que nos ponen en un nuevo escenario. Estos entes sobrenaturales provienen de la África profunda y traen consigo su cultura, siendo esto un punto y a parte, un nuevo problema en el vecindario. Pues en el extrarradio londinense, los británicos, a pesar de ser gentes acostumbradas a las casas encantadas, no conocen mucho más allá de Enfield.

Sope Dirisu y Wunmi Mosaku interpretan a un matrimonio de refugiados del África subsahariana. Mientras malviven en un albergue de Londres, los servicios sociales les asignan una casa en el extrarradio, espaciosa y con dos plantas y como afirman los propios técnicos con algo de cinismo: “es más grande que mi casa”. Pero pronto, esta pareja comenzará a sufrir una serie de inexplicables fenómenos, que ambos tomarán de una manera completamente diferente. Por un lado, Mosaku, que interpreta su papel de forma sublime, llegando incluso a emocionar, aceptará las presencias y las entidades que rondan por las habitaciones de manera natural, y le pedirá a su marido que abandonen la casa, pero por otro lado, Dirisu, se negará a marcharse, además que en un principio negará que de entre sus paredes estén aconteciendo tales fenómenos. Sin embargo, aquellas almas que no descansan los irán consumiendo poco a poco, teniendo incluso que intervenir los técnicos de los servicios sociales por las condiciones a las que llega a encontrarse el inmueble.

A pesar de los sustos y del terror, que nos coge desprevenidos ante la pantalla, el verdadero horror es la realidad del emigrante, allá en su tierra, donde tienen que huir de su país, pues imperan dos tribus entretenidas en matarse entre ellas, siendo inconcebible la vida, y aquí, en occidente, en Europa, donde la pobreza sigue siendo pobreza y aunque nadie los intenta atacar, imperan otra serie de desdichas, como la obligatoriedad de integrarse, una nueva soledad o la soledad sin adjetivo, pues hasta ahora no la conocían. Dirisu intenta torpemente integrarse, pero no hace otra cosa que engañarse a sí mismo y frustrar a su mujer. Mosaku quiere seguir siendo ella misma, quiere conservar su ropa, sus collares, sus costumbres, pero su marido piensa que han de vestirse como los demás y ser sonriente con los vecinos.

El verdadero terror, el verdadero sinsabor, es el despertar de la realidad, la cotidiana y cruel realidad, que manifiesta que ser inmigrante y negro es ser inferior a una persona de raza blanca. La película señala con sutileza tales hechos, como cuando Dirisu entra en la tienda de ropa y enseguida el vigilante de seguridad lo sigue y lo observa, pues nadie más puede ser ladrón sino él, aunque pague su ropa, como cuando Mosaku se pierde mientras busca un centro de salud, en medio de esa fría arquitectura, que no consigue otra cosa que darnos ansiedad, que no consigue otra cosa sino ser fiel reflejo de la marginación y la pobreza. Mosaku incluso es vejada por un grupo de jóvenes, que también son de raza negra, pero que, sin embargo, la mandan a marchar a África, posteriormente, sincerándose Mosaku con su enfermera, sobre lo que tuvo que sufrir en su tierra y sobre lo poco que allí vale una vida, no consigue otra cosa que desenmascarar la poca empatía de una persona blanca acomodada.
Dirisu desesperado, acude a los servicios sociales y pide un cambio de domicilio. Pero, ¿cómo un inmigrante se atreve a tal cosa? Es lo que expresan los técnicos detrás de sus mesas. Este es el verdadero terror, pues si eres pobre no tienes derecho a quejarte, así te estén consumiendo las almas que no descansan.

La cinta es original y nos traslada constantemente de Sudán a Londres en un flashback emocionante y que nos va descubriendo la trama. La fotografía y la ambientación son dignas de premios: el naranja, el azul y el gris, y una vez más tengo que mencionar las interpretaciones, que a pesar de ser una película de terror, a veces parece que estemos inmersos dentro de un drama. El director nos ofrece muchos primeros planos, algo con lo que gana el reparto de mujeres sudanesas agrupadas en el interior de un aula, donde empezamos a descubrir los secretos de este film y donde Wunmi Mosaku pone toda la carne en el asador, nos emociona y nos deja sin palabras. Cine para xenófobos y racistas, para que dejen de serlo. Cine para personas robotizadas y poco empáticas, para que dejen de serlo.

Yeroboam Perdomo Medina

Yeroboam Perdomo Medina

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